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Running, un fenómeno que copa hasta los libros
El boom runner, que en los últimos tiempos irrumpió también como fenómeno editorial, suma un eslabón con Correr para vivir, vivir para correr
El boom runner, que en los últimos tiempos irrumpió también como fenómeno editorial, suma un eslabón con Correr para vivir, vivir para correr, obra en la que Santiago García se distancia de su oficio periodístico para construir un relato íntimo sobre el furor de los maratones desde una mirada que, al margen de lo deportivo, posiciona a esta disciplina como una herramienta de introspección.
En la prehistoria se corría para sobrevivir: el hombre estaba obligado a correr para evitar convertirse en presa segura de especies gigantescas y voraces. Hoy, por el contrario, se corre exclusivamente por placer: correr genera euforia, coinciden tanto quienes ejercen esta práctica como un reciente estudio científico desarrollado por la Universidad de Bonn (Alemania).
La carrera que en septiembre de 2009 lo obligó a desplazarse con cierta destreza por las dunas de Pinamar resultó una experiencia iniciática para Santiago García, no por tratarse de su primera maratón -por entonces ya había corrido otras- sino por la sensación de felicidad que selló, acaso para siempre, su relación con esta actividad a la que le dedica por lo menos una hora cada uno de los siete días de la semana.
«El running es la mejor motivación para tener un vida sana que ha encontrado la sociedad actual, pero a la vez funciona como una versión mejorada de la sociedad argentina», dispara a Télam con entusiasmo infinito el periodista y crítico de cine, que en Correr para vivir, vivir para correr (Debate), traza las coordenadas necesarias para entender los alcances del fenómeno que ya asoma como un revelador signo de los tiempos.
– ¿Cómo fue que una disciplina con fama de solitaria se transformó en un ritual colectivo y multitudinario?
– García: En los últimos diez años el running explotó de una manera impresionante y posiblemente perdure porque los beneficios de la actividad van más allá de una moda. Creo que marca una evolución de pensamiento de una época en la que se hablaba de vida light y vida sana. El running no es vida light, pero sí vida sana: buena alimentación para correr mejor, dejar el tabaco por la misma razón. No se trata de hacer un sacrificio en pos de una salud que no se sabe si se alcanzará, sino en pos de correr y ser feliz.
– En «Cada vez que decimos adiós», John Berger plantea que la disciplina que mejor graficaba los desplazamiento del siglo XX es el cine ¿Se podría pensar en esa línea que el running es una de las que mejor define el vértigo de la época actual?
– G: Es un fenómeno que ha crecido en todo el planeta: los corredores nos sentimos identificados mutuamente y las barreras caen a partir de eso. El running es la representación de una cultura deportiva más feliz, más exigente que la de la vida light. Tiene que ver con entender el mundo desde otro lugar y tiene todas las variables para considerarlo un fenómeno social completo: es contagioso, es una forma de vida y permite viajar.
Hoy tenemos mayor tiempo gracias a la tecnología pero a la vez la tecnología nos abruma con su sobreoferta de dispositivos. Lo que permite el running es una pausa, una tregua en esta época en la que estamos conectados con todos, todo el tiempo… es una opción para pensar y conectarse con uno. No sé si hace treinta años hubiera sido tan necesario.
– Este boom tiene un correlato editorial del que hasta el escritor japonés Haruki Murakami se ha hecho eco con su libro De que hablo cuando hablo de correr…
– G: Entre los corredores, Murakami es una figura muy particular. A muchos no les gustó la manera en que él relata su experiencia con el running, su manera deprimente de observar la disciplina. A mí personalmente me parece valioso desde el punto de vista de la capacidad de metaforizar y de recrear líricamente lo que produce el correr, pero coincido en que su lectura no produce euforia.
Creo que debe disfrutar mucho más de correr de lo que refleja el libro, que en general interesa más a quienes no corren que a quienes sí lo hacen. Murakami incluye demasiadas narraciones de momentos oscuros que no sé si son reflejo de lo que le pasa cuando corre. Lo mío es más eufórico y más agradecido.
– ¿Cuánto interviene la idiosincrasia en el desarrollo de esta disciplina? ¿Qué componentes condicionan al corredor argentino?
– G: A nivel de los corredores argentinos, podría aventurar algunas características propias que son bastante negativas y que estaría bueno revertir: por ejemplo, hay corredores lentos que se ponen muy adelante en la largada, arriesgando la salud propia y ajena. En otros países eso no pasa, porque son más estrictos con el reglamento y la gente que es más lenta se va atrás para no dificultar el movimiento de los más rápidos.
La otra cosa que se puede cambiar, es que en diferentes centros urbanos de todo el país, como Buenos Aires o Rosario, no se ha invitado todavía a la gente a que viva con alegría el maratón. Todavía hay una división entre el que siente que le cortan el tráfico y el que corre. No se ha entendido que la ciudad tiene que ser parte y disfrutar el evento.
Eso no pasa en las otras ciudades del mundo como Nueva York, Londres o Chicago, donde la ciudad sale a festejar mientras acá se enojan. También como negativo está la ansiedad del argentino, que no se ve tan reflejada en el entrenar mal sino en las carreras, donde aparece como un afán de sacar ventaja. Y por supuesto, un componente quejoso bien nuestro.
Por otro lado, como aspecto muy positivo de nuestra cultura está la capacidad de generar vínculos y grupos muy leales y unidos en los running team. Se podría decir que el mundo del running es una versión mejorada de la sociedad argentina. No desaparecen las opiniones ni las cosmovisiones, pero aquí no se ven esos movimientos bruscos típicos de nuestra sociedad.
– ¿Es difícil calibrar las metas personales en función de las fortalezas y debilidades propias?
G: Correr produce tanta alegría que hay mucha gente que se pasa de rosca y se pone metas demasiado altas y demasiado rápida. Para esta actividad es fundamental la progresión: hay que saborear todo el proceso y mantenerse constante. Es importante entrenar de manera disciplinada, porque si uno entrena dos días y después no vuelve hacerlo durante un mes, no va a progresar. El secreto está en tener constancia y ponerse metas realistas. Yo miro para atrás y no puedo creer todo lo que progresé.