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¿Será la primera vez que una argentina gane el oro?
Nunca una argentina logró una medalla dorada. Las Leonas, Pareto, Biagioli y Dahlgren tienen las mayores chances. El remo puede ser sorpresa.
“Ha llegado la hora de la mujer argentina (…) y ha muerto la hora de la mujer compañera ocasional y colaboradora ínfima.” ¿Y si Evita viviera? Cuando quedan 13 días nomás para el inicio de los Juegos Olímpicos las chicas argentinas aparecen en el centro de la escena: las mayores chances de un éxito en Londres está depositada en el género. Y eso que del total de la delegación (137 deportistas) las mujeres representan apenas el 29,7 por ciento. Y eso que su historia en esta competición las relegó de la medalla de oro. Hasta aquí, ninguna representante nacional femenina consiguió terminar en el primer lugar del podio.
Desde París 1924 hasta Beijing 2008, Argentina obtuvo, en total, 66 medallas. Diez de esas fueron conseguidas por mujeres: cuatro de plata y seis de bronce. Antes de Sydney 2000, el país sólo había obtenido tres preseas en 64 años: la de Jeannette Campbell, la de Noemí Simonetto y la de Gabriela Sabatini. La reivindicación del género empezó a tomar forma en el Siglo XXI: ahí se sumaron Serena Amato, Las Leonas, Georgina Bardach, Paola Suárez y Patricia Tarabini, y Paula Pareto.
“(…) Recuerden las mujeres que dispersas las fuerzas se debilitan y que para conseguir el bien común es necesario sacudir la apatía y elevarse por encima del bienestar del momento presente.” ¿Y si Alicia Moreau de Justo viviera? Quedan días para el inicio de los Juegos y Argentina tendrá una abanderada: Luciana Aymar. Y el fútbol masculino no logró la clasificación, pero sí habrá juezas: Salomé Di Iorio y María Eugenia Rocco estarán como árbitras. ¿Más? Esta vez, todos los países participantes contarán con representación femenina.
Revolución en el agua. La primera en subirse a un podio fue Campbell. Ocurrió en Berlín 1936, en pleno nazismo. Jeannette tenía 21 años y fue la única mujer de una delegación de 55 deportistas. Otros tiempos: el viaje a Alemania comenzó casi un mes antes, en un barco. Ella ya sabía de qué se trataba: por esa vía había llegado al país en 1918, desde Francia.
Esos veinte días fueron aprovechados. Campbell se preparaba en la pileta del barco, que medía apenas 10 metros. “Mi entrenador, Juan Carlos Borrás, ideó un sistema para ayudarme. Consiguió una especie de soga de goma y la enganchaba en los bordes de la piletita. Así que cada vez que nadaba hacia adelante, el invento de Borrás me empujaba nuevamente hacia atrás”.
Campbell compitió en los 100 metros libre y terminó en el segundo lugar con un tiempo de 1:06.4, detrás de la holandesa Hendrika Mastenbrock y por delante de la alemana Gisela Arendt.
No fue el único premio que recibió: los periodistas la votaron como la reina de la belleza.
La Segunda Guerra Mundial hizo que los Juegos se suspendieran hasta 1948. Así, Campbell se quedó sin revancha. Y murió en 2003, justo una temporada antes de que la cordobesa Bardach volviera a colocar a la natación femenina entre los mejores tres lugares.
Revolución en el pasto. “Igual son de oro”, fue el título del diario Clarín el 30 de septiembre de 2000, el día después de que el seleccionado femenino de hockey sobre césped se quedara con la medalla de plata en los Juegos de Sydney. La derrota ante Australia por 3 a 1 fue la culminación de un proceso: ese equipo construiría desde allí nombre e historia propios.
Sergio Vigil es un tipo sensible también cuando hace su trabajo: en 1997, junto con el preparador físico Luis Barrionuevo se propuso mejorar físicamente a esas chicas que prometían.
En la segunda fase, Argentina tenía que ganar los tres partidos para seguir adelante. En el primero, ante Holanda, se tomó la decisión: salir a la cancha con las camisetas que tenían una leona. El valor del símbolo como motivación: el equipo ganó 3-1. La prensa habló del apodo un día después. Cecilia Rognoni, una de las figuras, resumió qué representaba aquello: “Es salir a la cancha y sentirse una fiera”, dijo. El mote se eternizó.
Las Leonas terminaron entre las tres mejores en Atenas y en Beijing. Los que osan criticar a esta selección se amparan en la falta: las chicas fueron campeonas de todo, menos de los Juegos. En la capital británica habrá que aprovechar: Luciana Aymar, estrella en todos los planteles exitosos, disputará sus últimos Juegos. “¿Cómo me veo el 10 de agosto? Con muchas presiones juntas. Imagino ganar la medalla de oro y festejarlo junto con mi cumpleaños”, declaró Lucha.
El objetivo está claro y las chicas son las que más chances tienen de romper con el estigma.
Revolución armada. Jennifer Dahlgren, Paula Pareto y Cecilia Biagioli aparecen entre las candidatas a sumar medallas. Cada una con lo suyo: el martillo, el judo, la natación.
Dahlgren competirá, con 28 años, por tercera vez en este certamen, aunque nunca antes llegó con la ilusión de ahora. “El sueño creció y el objetivo cambió. No entrar en la final sería un fracaso”, expresó la chica que vive entre Argentina y Estados Unidos.
Y en una entrevista con Página 12 habló de su herramienta: su propio cuerpo: “En el secundario los chicos me torturaban porque era grandota. Me medían la espalda con una regla o dibujaban una heladera con mi cara. A esa edad sólo querés ser aceptado y no ser diferente. El lanzamiento de martillo me permitió ver mi cuerpo, que era negativo para mis compañeros, como algo positivo”.
Jenny, dueña del récord sudamericano en lanzamiento de martillo con una marca de 73,74 metros, tiene el espíritu olímpico en los genes. Su madre, Irene Fitzner, compitió en Munich 1972, con sólo 16 años: llegó hasta los cuartos de final de los 100 metros (hizo un tiempo de 12s54, en la tercera serie del torneo). A veces, una mujer construye a otra.
Pareto tenía un sueño chiquito antes de viajar a Beijing: decía que con un diploma estaba bien. Con un metro y medio de estatura, 48 kilos y 22 años hizo algo inversamente proporcional: logró la primera medalla olímpica de la historia para el judo nacional al terminar segunda en su categoría.
“Me siento mejor que en Beijing, con muchos más torneos, más experiencia y cuatro años más de entrenamientos. La práctica y la base psicológica como para ganar una medalla están. Ahora hay que ver si ese día me levanto con todas las luces y salen las cosas como planeamos”, comentó la Peque, que sigue con la rutina de vivir en Tigre, entrenarse en La Plata, estudiar medicina y jugar al fútbol con sus amigas todos los sábados.
Biagioli es la menos conocida. Sin embargo, estuvo en Sydney, Atenas y Beijing: va por su cuarto Juego Olímpico.
Para hacerlo, tuvo que atravesar un proceso de terapia. Es que la experiencia en 2008 la traumó: quedó muy lejos de acceder a las finales de los 400 y los 800 metros libres y pensó en dejar la natación. Ella misma lo contó: “No estaba bien de la cabeza y lo sabía. Es más, usé una malla que no había probado. El resultado fue negativo. No sé si le tenía odio a la natación, pero casi como eso. Le había perdido el gusto”.
Eso quedó atrás. Claudio, su hermano y entrenador, se peleó con Cecilia hasta convencerla: le repitió que le veía condiciones para las aguas abiertas. Desde el 27 de julio se la podrá ver en los 800 metros libres y en los diez kilómetros. En esta última es donde mejor se proyecta: en el último mundial de esta prueba fue quinta. “Estar dentro de las ocho mejores ya es un sueño cumplido”, dijo.
Evita tenía razón: ha llegado la hora de la mujer argentina.