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Salomé: Arbitra, Abogada y Audaz
Los códigos civiles y penales vinieron después. Antes, mucho antes, Salomé Di Iorio conoció los del fútbol. Era una niña y ni imaginaba que algún día se iba a zambullir en esos libracos con normas, leyes y artículos, pero ya fatigaba canchas. Iba con su madre y sus dos hermanas: cuatro mujeres que recorrían estadios de equipos de ascenso y de Primera, plateas y populares, de local y de visitante. Ahí nació la pasión por el fútbol, la locura por verlo y por jugarlo. La vocación por el Derecho iba a tardar un poco más. Ni idea tenía por entonces la niña Salomé que años después iban a convivir la abogada de traje sastre con la árbitro de short negro. (¿Estará bien dicho “la árbitro” o se dirá “mujer árbitro”? Porque hablar de “el árbitro mujer” es medio ridículo. ¿Será, tal vez, “árbitra”?)
—¿Cómo tendr ía que decirte?
—¡Arbitra! –se apura Salomé–. Es una palabra que reconoció la Real Academia Española en 2001.
Sigue, entonces, la historia de la árbitra. Unos años después de conocer el fútbol en las canchas, Salomé decidió que quería jugarlo. Pero como el fútbol femenino no estaba tan desarrollado, no le quedó otra que sumarse a un equipo de varones. Fue el Indio Gómez, un ex jugador de Quilmes, que le dio la posibilidad. Con el 5 en la espalda, Salomé debutó rodeada de 21 hombres.
“Terminaba los partidos toda golpeada, y mis compañeros, nada –se lamenta–. Tuve tres esguinces en pocos meses. La diferencia de fuerza con los varones era mucha.”
Mientras intentaba como volante central, Salomé seguía yendo a las canchas, pero ya con amigos y compañeros del secundario. Y hablaba de fútbol. Mucho. Discutía jugadas, cuestiones tácticas, injusticias de los árbitros. Y siempre se lamentaba por lo mismo: la descalificaban por esas cuestiones de género tan de moda en estos tiempos. “¿Qué podés saber vos de fútbol si sos ujer?”, era el cierre de cada discusión. Hasta que se cansó y, cuando estaba en tercer año, se anotó en un curso de arbitraje para conocer afondo el reglamento. “Ya van a ver”, pensó la adolescente Salomé.
Tenía 16 años y Abogacía ya era una ambición. Pero para más adelante. Primero fue la escuela de arbitraje. “Nunca había tenido laintención de dirigir –confiesa–. Cuando iba a ver un partido, por ejemplo, me podía imaginar más jugando que dirigiendo.Todo se dio de casualidad. En el segundo año del curso, en las prácticas, los varones jugaban y a mí, junto con otras dos chicas, nos ponían a dirigir. Y me fue gustando. Empecé en countries y en ligas locales, mientras estudiaba Derecho en la UBA.”
Entonces llegaron el estreno como profesional en el ascenso y las anécdotas de una árbitra que se plantó en un ámbito machista como el del fútbol, más de diez años después del debut de la pionera Florencia Romano. En los primeros partidos, por ejemplo, Salomé se tuvo que bancar como jueza de línea que la escupieran durante los noventa minutos desde el otro lado del alambrado. “Había un grupo de hinchas que me seguía mientras yo corría por la línea”, grafica.
Después, como cuarta árbitra de Primera, enfrentó al desafío de calmar a un DT con un ataque de nervios. “¡No estoy en mi casa y no sos mi esposa! ¡No me mandes!”, le recriminó el entrenador. Otra vez, mientras anotaba en una tarjeta los números de los jugadores en pleno cambio, un hincha le gritó desde atrás: “Anotá mi número, 15-5…”. Pero la frase que más escuchó desde que se animó a dirigir entre hombres es “andá a lavar los platos”. Un verdadero clásico de todos los tiempos. “Y es lo más suave que me dicen”, sonríe.
Como todo buen árbitro, en algunas canchas tuvo que esquivar una intensa lluvia de piedrazos y de otras se tuvo que escapar adentro de un patrullero. Aunque también pasó por las buenas: el lunes pasado, cuando debutó como árbitra principal en la D, los dirigentes la recibieron con un ramo de flores. Un gesto mucho más elegante que el que recibió Florencia Romano en 1998 cuando debutó en la misma categoría en cancha de Victoriano Arenas: una bandera que decía “para dirigir te falta un pedazo”.