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Caminar en la cuerda floja es un nuevo deporte en la ciudad

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El próximo sábado se realizará en Puerto Madero el primer campeonato oficial en Sudamérica. Un argentino figura entre los veinte mejores en el ranking mundial.
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En medio de la frondosa arboleda de Parque Las Heras se ven a lo lejos figuras que suben y bajan, como si saltaran en una colchoneta elástica. Pero a medida que se acorta la distancia se distingue que un grupo de chicos hace piruetas y acrobacias sobre una cinta, volando por el aire en cada rebote. Este deporte, que ya se ve en muchas plazas de Buenos Aires y el resto del país, se llama slackline.

Los orígenes se remontan a la década del 70 y derivan de los escaladores de montañas. Un grupo de Yosemite, California, empezó a entrenar el equilibrio en una cinta, y ese entrenamiento se fue transformando hasta convertirse en un deporte extremo, que hoy cuenta con tres modalidades diferentes: el trickline, que consiste en hacer trucos y piruetas; el highline, que es caminar en altura; y el longline, que es mantener el equilibrio durante un largo trayecto.

En la Argentina el deporte se practica desde hace alrededor de diez años, y su crecimiento es cada vez mayor, según las marcas que trabajan en el país. Además, el próximo sábado se realizará el primer torneo oficial de slackline de Sudamérica, en el anfiteatro de la Costanera Sur, en Puerto Madero (ver recuadro). El deporte tuvo un nuevo impulso mundial por el show de Madonna del Super Bowl de este año, en el que contrató a Andy Lewis, uno de los riders, como se llama a los slackliners, más famosos del mundo.

“Si el slackline no te enamora la primera vez, no te engancha más. Cuando lo practicás sentís que es un desafío con vos mismo y que hacés un trabajo interior, porque requiere mucha concentración. Al poco tiempo te das cuenta si estás enganchado o no, y si te gusta te molestan los días de lluvia porque no podés jugar”, explica Ezequiel Troncoso, el único rider profesional argentino en el ranking mundial –ocupa el 15° puesto.
Sin embargo, la experiencia de Juan Manuel Romero Piñero fue diferente. Invitado por un amigo, fue a practicarlo y no le gustó. Un mes después volvió y ya no lo pudo dejar. El sábado va a competir en el torneo en representación del equipo de Pump Slackline, una empresa argentina que produce las cintas para saltar.

En la Argentina hay tres firmas que venden las cintas de dos pulgadas de ancho, que se enganchan entre dos árboles y son de nylon y poliéster. Dos de estas empresas son argentinas, Pump Slackline y Goodvibes, y una extranjera, Gibbon Slacklines.

Entre los árboles de la plaza hay cuatro cuerdas en las que entrenan 15 riders. Algunas personas que pasean se paran a mirar, preguntan, y los más osados prueban. “Así es como llega la mayoría de la gente”, explicó Bruno Mander, de 20 años, quien se acercó a un grupo en el Rosedal hace seis meses.
“Los locos de la cuerda”, como se autodenominan a través del grupo de Facebook que los agrupa, explican que los une la buena onda y tratar de ayudar e integrar a la gente nueva.
Para Ezequiel, el slackline “comparte la filosofía con muchos deportes extremos y al aire libre. Es familiar a la escalada, el skate y el surf”. dice.

“Hay gente que quiere hacer otra cosa, que no sean los deportes tradicionales. Por eso la tela y las disciplinas circenses crecieron tanto”, justifica Juan Pablo Vadagnel, fundador de Pump Slackline.

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