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Carreras

Romina Anselmi corrió la maratón más cosmopolita del mundo

Romina, corredora amateur, cuenta qué siente una atleta aficionada tras los 42,195km recorridos en la gran carrera de Nueva York.

No fue la primera vez que viajaba a Nueva York. Pero sí fue la primera vez que corría una maratón fuera de mi país. Y no cualquier maratón sino la carrera más universal, tal como la definen los medios de comunicación.

Si bien toda esta locura del running empezó hace un poco menos de tres años, nunca pensé que iba a estar corriendo la Major más importante en tan poco tiempo; pero el destino así lo quiso. La edición 2014 la había seguido por televisión y desde ese momento empecé a imaginar el día en que yo estuviera ahí. Me anoté en el sorteo sin muchas expectativas. El ingreso suele ser bastante complejo, pero en el primer intento quedé seleccionada.

Mi primer maratón había sido en 2014 en Buenos Aires, la cual llevaba consigo toda la incertidumbre de la distancia y el desafío de enfrentarse a lo desconocido. Si bien para esta segunda maratón, la distancia ya la conocía y sabía mejor cómo manejarme en el recorrido, el hecho de estar corriendo sola y en otro país también traían consigo miedos y dudas al por mayor. Sabía que no iba a poder largar junto a mi gran amiga y compañera Mariana Lamberti. Estrechadas de la mano, como solemos hacer. Tampoco iban a estar mis viejos en el kilómetro 17, en el barrio de La Boca ni en la llegada. Y menos iba a encontrar a amigos y compañeros durante todo el recorrido al grito de «Dale Tana».

Para la maratón de Nueva York sólo sentía que había seguido todos los lineamientos de mi nutricionista y deportóloga Laura Balestra, quien hasta el día anterior a la carrera estuvo mandándome mensajes de WhatsAppwhp. La presencia de Laura fue muy necesaria. Hasta había seguido los entrenamientos marcados por mi nuevo entrenador Daniel Simbrón, que en sólo tres meses supo generarme la confianza necesaria para llevar adelante esta carrera y en Patricia Rivas que me ayudó las semanas previas al viaje con masajes y ultrasonido en mis molestas tibias. Molestias que estuvieron presentes hasta el último día.

El día previo lo que se siente es un gran nerviosismo y emoción. Por suerte, aunque a la distancia, sentí la presencia de mis grandes amigos, familiares y compañeros de mi ex grupo de entrenamiento, los Trotadores Urbanos. El aliento recibido fue la energía perfecta para llenar el corazón.

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El día había llegado y sólo quedaba correr y tratar de disfrutar al máximo la experiencia. Es una carrera para sentirla, pensarla, respetarla e intentar dejar la emoción para el final. Por más que cueste, hay que intentarlo. Cuando estás sobre el puente Verrazzano escuchás el himno, tres estruendos y la clásica canción de Frank Sinatra de New York, New York antes de largar.

La carrera me esperaba con 5 puentes y caminos irregulares durante todo el circuito, pero qué importaba. Estaba en Nueva York corriendo y conociendo la ciudad de otra manera. En realidad, de la manera que hoy elijo hacer turismo: con mis zapatilas. Esta vez, el «Dale Tana» cambió por un «Go Argentina». Y ese grito me helaba la sangra. Por momentos se hizo imposible no lagrimear. Como en toda maratón, las lágrimas afloran y no te avisan cuándo ni dónde. Esta vez me emocioné en Nueva York.